CAPÍTULO 3: LA REBELIÓN / CHAPTER 3: THE UPRISING
CAPÍTULO 3 - LA REBELIÓN
Uno de los administradores de la llama se levantó de repente, tirando la silla sobre la que estaba sentado. Todo el mundo volvió la mirada. Campesinos, artesanos, guardias, eruditos y otros monjes presenciaron como tan solo una chispa puede hacer arder un bosque, si éste está suficientemente seco.
Un hombre muy joven, con la piel quemada de trabajar al sol y unas vestimentas que dejaban al descubierto su pobreza, señalaba con mirada altiva al anciano sacerdote, gritando blasfemias contra nuestra orden y acusándonos de codiciosos y usureros. Los ojos de todos los presentes sólo denotaban una sensación: incredulidad. Era la primera vez que algo así pasaba, no había nada parecido registrado en nuestra historia.
La respuesta llegó pronto. Un guardia del templo, cegado por su odio y fervor por la Orden, clavo su espada en la carne del muchacho, que cayó ante la mirada de sus parientes. Nadie imaginaba lo que ese hecho desencadenaría.
¡¡Tomad el templo!! ¡¡El fuego será nuestro!! – gritaban, mientras invadían el templo y derribaban a golpes todo a su paso.
La guardia actuó de inmediato. Sedientos de sangre. Estaban totalmente comprometidos con la Orden y nosotros les adiestrábamos a defender el templo y su gran biblioteca con el fervor necesario. Cerraron las puertas y después solo se vio muerte. La guardia se lanzó sobre los encerrados en el recinto como los buitres sobre su carroña.
Sentí un golpe y caí al suelo. Cuando recuperé la consciencia estaba sobre un charco de sangre. Levanté la vista y vi como los guardias se llevaban a los calabozos a los últimos supervivientes de la primera gran rebelión. Todo a mi alrededor eran cuerpos sin vida. No hubo piedad para mujeres, niños ni ancianos. Solo detuvieron a diez. Sobre las almenas, los arqueros seguían disparando y echando colina abajo a los que intentaban huir de las murallas.
Un monje me ayudo a llegar bajo la llama, donde me recostó para descansar. Mientras recibía cuidados en la herida de mi cabeza, en la lejanía se escuchaban los lloros y lamentos de un pueblo. Un pueblo que aun debía aprender una lección.
CHAPTER 3 - THE UPRISING
Uno de los administradores de la llama se levantó de repente, tirando la silla sobre la que estaba sentado. Todo el mundo volvió la mirada. Campesinos, artesanos, guardias, eruditos y otros monjes presenciaron como tan solo una chispa puede hacer arder un bosque, si éste está suficientemente seco.
Un hombre muy joven, con la piel quemada de trabajar al sol y unas vestimentas que dejaban al descubierto su pobreza, señalaba con mirada altiva al anciano sacerdote, gritando blasfemias contra nuestra orden y acusándonos de codiciosos y usureros. Los ojos de todos los presentes sólo denotaban una sensación: incredulidad. Era la primera vez que algo así pasaba, no había nada parecido registrado en nuestra historia.
La respuesta llegó pronto. Un guardia del templo, cegado por su odio y fervor por la Orden, clavo su espada en la carne del muchacho, que cayó ante la mirada de sus parientes. Nadie imaginaba lo que ese hecho desencadenaría.
¡¡Tomad el templo!! ¡¡El fuego será nuestro!! – gritaban, mientras invadían el templo y derribaban a golpes todo a su paso.
La guardia actuó de inmediato. Sedientos de sangre. Estaban totalmente comprometidos con la Orden y nosotros les adiestrábamos a defender el templo y su gran biblioteca con el fervor necesario. Cerraron las puertas y después solo se vio muerte. La guardia se lanzó sobre los encerrados en el recinto como los buitres sobre su carroña.
Sentí un golpe y caí al suelo. Cuando recuperé la consciencia estaba sobre un charco de sangre. Levanté la vista y vi como los guardias se llevaban a los calabozos a los últimos supervivientes de la primera gran rebelión. Todo a mi alrededor eran cuerpos sin vida. No hubo piedad para mujeres, niños ni ancianos. Solo detuvieron a diez. Sobre las almenas, los arqueros seguían disparando y echando colina abajo a los que intentaban huir de las murallas.
Un monje me ayudo a llegar bajo la llama, donde me recostó para descansar. Mientras recibía cuidados en la herida de mi cabeza, en la lejanía se escuchaban los lloros y lamentos de un pueblo. Un pueblo que aun debía aprender una lección.
One of the
flame’s administrators suddenly stood up, throwing his chair away. Everybody
turned their eyes to the scene. Peasants, craftsmen, guards, wisemen and other
monks witnessed how a spark can set a forest on fire, if the forest is dry
enough.
A very
young man, his skin burnt from laboring under the sun, dressed with rags, was
furiously pointing at the administrator, screaming blasphemies against our
Order and accussing us of being greedy and usurers. Everyone’s eyes where
showing only one feeling: incredulity. It was the first time that something
like that happened, nothing such as that had ever been written down in our
history.
An answer
came quickly. One of the guards, blinded by hatred, and his loyalty to the
Order, placed his sword through the young man’s skin, who fell on his knees in
front of his relatives. Noone would have thought what that action could
unchain.
Raid the Temple!!!!
The fire will be ours!!! – They yelled, as they invaded the temple and were thrasing everything
they encountered.
The guards
reacted inmediately. Thirsty for blood. They were totally devoted to the Order
and we had trained them to defend the temple and the Great Library fervently.
They shut the doors and, after that, death was all around. The guards charged
against the townspeople like vultures over their preys.
I felt a
hit and fell to the ground. When I recovered conscience, I was laying in a puddle
of blood. I raised my head and saw how the guards were taking the last
survivors of the first Uprising to the dungeons. Lifeless bodies lied all
around me. There was no pity for women nor children. Only 10 were kept alive.
Up in the crenels, the archers were still shooting and forcing them to flee
downhill.
A monk
helped me getting under the Flame, where I was layed to get some rest. As I was
taken care of my wounds, I could hear the distant cries of a village. A village
that still had to learn a lesson.
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